Octubre se ha convertido en el mes de la concientización sobre el Síndrome de Down, una oportunidad para visibilizar capacidades, derribar prejuicios y celebrar la diversidad.
Una tarde como cualquier otra, entre charlas, risas y bandejas con galletitas recién horneadas, un grupo de jóvenes con Síndrome de Down aprende los secretos de la pastelería. No es solo una clase: es un paso hacia la autonomía. Cada mezcla, cada molde, encierra un propósito más grande. En ese ambiente cálido y lleno de entusiasmo se resume la misión de Familias T21, un grupo de padres que, desde hace años, impulsa la inclusión social y laboral de sus hijos.
“Se eligió octubre porque fue en este mes cuando se descubrió el cromosoma de más en el par 21”, explica Verónica Miranda, mamá de Fausto y miembro activa de Familias T21. “El 21 de marzo es el Día Mundial, pero octubre se toma para concientizar, para mostrar todo lo que pueden hacer, y dejar atrás la mirada del ‘pobrecito’”.
La visión del grupo es clara: promover una independencia guiada, pero posible. “Requiere más tiempo, más paciencia —dice Miranda—, pero ellos lo logran. Lo importante es entender que pueden ser autónomos en muchas cosas, a su propio ritmo”.
De la necesidad a la acción colectiva
La historia de Familias T21 comenzó, como muchas, en un grupo de WhatsApp. “Éramos un puñado de madres con muchas preguntas y miedos”, recuerda Pierina Sosa, mamá de Gonzalo. “Pero esos temores se transformaron en acción. Hoy somos casi 90 familias unidas por un mismo objetivo”.
El grupo creció compartiendo información, apoyo emocional y asesoramiento legal. Pero pronto fijaron un horizonte más ambicioso: la inclusión laboral. “No se trata de incluir por incluir —subraya Sosa—, porque a veces terminan excluidos dentro del mismo lugar que intenta incluirlos. Queremos formarlos para que se adapten a su entorno laboral y puedan sostenerlo”.
Ese objetivo se traduce en acciones concretas: capacitaciones en pastelería, talleres recreativos en centros culturales y una subcomisión de empleo enfocada en habilitar a los jóvenes para la vida adulta. “El ambiente que ellos generan en cualquier espacio es único”, dice Sosa. “Son sensibles, atentos, y logran que todos se traten con más amabilidad”.

Un cambio de mirada
Los avances, aunque lentos, son visibles. Varias instituciones locales comenzaron a abrir sus puertas a la inclusión real. Familias T21 participa también en espacios educativos: charlas en las cátedras de Enfermería y Ciencias de la Educación, donde los padres comparten experiencias para que los futuros profesionales vean más allá de la discapacidad. “A veces la desinformación es lo que genera miedo”, reflexiona Miranda. “Por eso hablamos, contamos, mostramos”.
Los gestos simbólicos también cuentan. El club Gimnasia y Esgrima invita cada año a los chicos a ingresar a la cancha junto a los jugadores. “Es un acto de visibilidad enorme —dice Verónica—. Los hace sentir parte, protagonistas”.
Solidaridad que inspira
La solidaridad es otro pilar del grupo. Los jóvenes de Familias T21 participaron en una cruzada solidaria elaborando pan dulce para donar lo recaudado al Hospital Regional. “Queremos sostener esta cadena —explica Miranda—. Por eso buscamos un espacio propio donde puedan seguir capacitándose y convertirlo en un proyecto laboral estable”.
El entusiasmo de los jóvenes crece con cada paso. “Les gusta la idea de trabajar, de sentirse útiles. Algunos sueñan con ir a la universidad porque ven que los demás lo hacen”, cuenta Miranda con orgullo.
Entre recetas, charlas y proyectos, Familias T21 sigue derribando barreras invisibles. Octubre no es solo un mes para ellos: es un recordatorio de que la inclusión no se logra con palabras, sino con acciones concretas y corazones dispuestos a creer en las capacidades de todos.


